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20 de junio de 2025
Soy un abogado apasionado por #Blockchain y la #InteligenciaArtificial. Participo activamente en el debate jurídico y en la academia, pero hay algo que empieza a preocuparme cada vez más, algo de lo que estoy comenzando a tomar plena conciencia.
A lo largo de la historia, hemos sido testigos de tecnologías que transforman nuestras vidas, que impulsan cambios en favor de la humanidad y nos conducen, paso a paso, hacia nuevas formas de existir. Estos procesos tecnológicos nos han permitido alcanzar avances significativos que mejoran nuestra calidad de vida, desde la comunicación hasta la salud, y más allá.
Sin embargo, hoy estamos viviendo un cambio que ninguno de nosotros había experimentado antes: una tecnología capaz de generar o predecir resultados a partir de patrones. Una tecnología que se ha convertido, progresivamente, en una herramienta diaria cuya principal promesa es ofrecernos resultados inmediatos.
Hasta cierto punto, este uso resulta comprensible: estas herramientas reducen drásticamente los tiempos que antes destinábamos a muchas tareas. Hasta ahí, todo parece beneficioso.
Lo inquietante, sin embargo, es que bajo esa premisa de ahorro de tiempo, muchos han comenzado a depender completamente de estas tecnologías para hacer prácticamente todo, permitiendo que el resultado estadístico determine la solución sin mayor reflexión.
Esto, en muchos contextos, puede ser aceptable. Pero en el ejercicio profesional, particularmente en mi práctica legal, está generando una pérdida preocupante: la disminución de nuestra capacidad de debatir, inferir, deducir y concluir con argumentos propios.
Los buenos argumentos, los debates rigurosos y las conversaciones enriquecedoras son frutos de procesos mentales complejos que construyen verdadero conocimiento. Y ese proceso se está desdibujando. Estamos delegando en los modelos lingüísticos de IA la tarea de pensar por nosotros, simplificando nuestros pensamientos.
Si no desarrollamos argumentos, serán los modelos los que moldeen nuestro pensamiento. Y entonces todos empezaremos a sonar igual.
Nos hemos aferrado a la idea de que “la IA me ayuda a reducir tiempo”, y bajo ese lema se está normalizando dejarle todo a ella. Me preocupa ver cómo muchos profesionales, colegas, servidores públicos en la administración de justicia y estudiantes, están más pendientes del output de la IA —de sus resultados seductores— que de reflexionar sobre los procesos mentales que permiten construir conocimiento.
La IA debe usarse con estrategia, como una herramienta para potenciar nuestro aprendizaje y mejorar nuestros patrones cognitivos, no para sustituirlos.
Por eso, cuando inicio mis módulos de formación en IA para abogados o equipos empresariales, nunca empiezo con los temas más llamativos. Comienzo por lo esencial: la ética, el uso con criterio, con carácter. Enseño a diseñar prompts no preestablecidos, sino construidos desde el propio razonamiento, desde los procesos mentales de cada persona, con base en su conocimiento y experiencia. Para que puedan refutar y validar resultados. Ese es mi propósito, y es una lucha que sostengo constantemente.
Y tal vez, la tarea más grande que tengo hoy, es enseñarle esto a mi hija de seis años, quien para ella esto será habitual, pero donde el argumento no se debe perder.